Desde que nació en Cremona en 1532, su padre, Amilcare, de posición acomodada, vio en su hija algo especial, y le proporcionó una educación privilegiada e igual a la del resto de sus hermanos pequeños (seis niñas y un niño) donde sus facultades le hicieron rápidamente destacar sobre sus hermanos. Con tan sólo catorce años Sofonisba Anguissola, comenzó a estudiar con Bernardino Campi, un afamado retratista de la época de Cremona, y posteriormente siguió su formación artística con el pintor Bernardino Gatti. A los 22 años conoció personalmente a Miguel Ángel Buonarroti que, impresionado por su talento, accedió a instruirla “informalmente”.
Para la época que le tocó vivir, Sofonisba tenía un gran defecto: ser mujer; y esta circunstancia limitó sus posibilidades creativas.
Era socialmente inaceptable que una mujer pintara desnudos, fundamentales en el desarrollo del movimiento renacentista, por lo que la joven pintora se centró en retratos, primero de su familia y posteriormente de otras personalidades, aunque en su producción se puede apreciar fácilmente un toque de frescura y originalidad debido principalmente a las poses, poco formales en aquel tiempo, con las que colocaba a sus retratados. Gracias a esta originalidad, su mirada ha perdurado en el tiempo y ha permitido que su rostro llegara hasta la actualidad.
Sofonisba fue respetada gracias a su arte, y paulatinamente fue ganando reconocimiento. En Milán tuvo la oportunidad de pintar al Duque de Alba, que muy satisfecho, recomendó a Felipe II que nombrara a Sofonisba dama de la reina Isabel de Valois, para que pueda iniciarla en el arte de la pintura, por lo que, con tan solo veintisiete años, llegó a la corte española.
Durante los siguientes años, la actividad de Sofonisba se volvió frenética: pintó sin descanso retratos de la familia real y de otros nobles de la corte, a la vez que siguió formándose y trabajando junto a Alonso Sánchez Coello, aunque por su condición de dama de la reina, le estuvo prohibido firmar sus cuadros y cobrar el sueldo correspondiente como artista de la corte. Al morir su querida amiga Isabel de Valois, dejó de ser dama de la reina, y, pese a su reconocimiento profesional, no pudo seguir con su trabajo, ya que se consideraba indecente no depender económicamente de un hombre, evitando así el peligro que pudiera representar una mujer independiente con dinero e influencias. El rey Felipe II, tomando cartas en el asunto, arregló a Sofonisba un ventajoso matrimonio con el hijo del Virrey de Sicilia, Don Francisco de Moncada, acallando así las posibles habladurías y garantizándole la seguridad económica y aportando, para ello, una significativa dote como agradecimiento a su espléndido trabajo.

Autorretrato, de Sofonisba Anguissola
A la muerte de su marido fue protagonista de otro hecho por el que también se adelantó a su tiempo: en 1579 se enamoró del capitán de navío Orazio Lomellino, notablemente más joven que ella y perteneciente a una clase social muy inferior. Contrajeron matrimonio en 1580 pese a las reticencias de su familia y las del duque de Florencia, Francisco de Medici, que encarecidamente desaconsejaba el matrimonio. El capitán Lomellino supo valorar el talento de su esposa y apoyarla: en su nueva casa en Génova, la pintora contó con estudio propio, y con tiempo y tranquilidad suficiente para pintar sin sobresaltos, ya que gozaron de una buena posición económica. Corresponde esta época a una etapa interesantísima, prolífica y sobre todo de gran satisfacción personal.
Atraídos por su fama, que en ese momento fue enorme, muchos pintores acudieron a visitarla con deseos de aprender de ella. Su obra fue ampliamente reconocida por sus contemporáneos que la consideraron como uno de los grandes nombres de la pintura de transición entre el final del Renacimiento y comienzo del Barroco. De esa época destaca la visita de Anton Van Dyck que, fascinado por Sofonisba, realizó varios de los retratos que nos muestran la imagen de esta fascinante mujer cuya vida se apagó en 1625. Había vivido noventa y tres años de creatividad y una explosión de arte tan perfecto que nadie pudo sino respetarla, admirarla y rendirse a su talento.
Sin embargo, éste es un caso excepcional y pese a la intensidad con la que fue venerada en vida y respetada por gran parte de los artistas contemporáneos, siglos más tarde su legado fue cuestionado, y algunas de sus obras atribuidas a otros pintores.

La dama de armiño, de Sofonisba Anguissola, que fue atribuida a El Greco
Sirva como ejemplo que la autoría del Retrato de Felipe II fue adjudicado insistentemente a Sánchez Coello. En un principio puede considerarse comprensible dada la cercanía con que trabajaron en la corte, aunque parece inadmisible que los expertos obviaran el estilo tan característico de Sofonisba. Igualmente la obra La dama del armiño fue atribuida a El Greco y existen también otros ejemplos ya que indiscriminadamente se adjudicaron obras suyas a Zurbarán, Tiziano, Boroni, Moro, Bronzino…
Sofonisba Anguissola fue cayendo progresivamente en el olvido, pero afortunadamente estudios recientes le han hecho recuperar el lugar privilegiado que le corresponde como pionera y como artista del Renacimiento. Desde su “entonces” otras muchas mujeres cogieron los pinceles como arma que les garantizara la autorrealización y les permitiera dar un paso adelante en el camino hacia la igualdad.
Pero esta es otra historia…
Jezabel Martinez