El acercamiento de la mujer al arte en Colombia se produjo después del establecimiento y consolidación de las academias de Bellas Artes, a finales del siglo XIX en las ciudades de Medellín y Bogotá. Estos centros estaban dirigidos exclusivamente para la formación en el área de alumnos hombres.
Las mujeres que inicialmente tuvieron acceso fueron aquellas de la aristocracia local, al ser tomadas bajo tutela por algunos de los artistas de la época. Las lecciones estaban enfocadas especialmente en pintura, con temáticas religiosas, retrato y paisajismo. Entre algunas de las representantes femeninas de este momento están Elvira Vargas, Juana Scarpetta y las hijas del pintor José María Espinosa.
Entrando al siglo XX el retratismo continuaba en auge, como manifestación de las élites del poder que se quería reflejar; arte y política iban de la mano. Para ese entonces las abanderadas del arte colombiano eran Inés Acevedo, pintora retratista, que fue nombrada en 1935 profesora de dibujo en la Universidad Pedagógica y en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional, y Blanca Sinisterra, retratista, quien participó en el Primer Salón de Artistas en 1940. Lo haría también en 1952 y 1957. Cabe destacar que en este primer Salón de artistas, 16 mujeres hicieron parte de la muestra de 73 seleccionados.

Obra de Blanca Sinisterra
Pasado el primer trienio del siglo XX, surge un espíritu nacionalista que se había colado de las tendencias políticas en el exterior, y fijado en el espacio artístico. Débora Arango, transgresora de su época por pintar desnudos que le originaron la excomunión y el rechazo social, abordó temas sociales y políticos con gran crudeza; obreros, prostitutas, maternidades y monjas que reflejan sus ansiedades reprimidas, su marginalidad social, se ven en sus óleos y acuarelas.

Esquizofrenia en el manicomio (1940), obra de Débora Arango expuesta en le Museo de Arte Moderno de Medellín.
En este momento se consolida un nuevo arte ya dentro de lo moderno, cuya estética chocaba con la moral de la iglesia católica de la época.
A finales de los años 50 el arte estuvo permeado por el compromiso socio‐político de los artistas. La creación de MAM (Museo de Arte Moderno), permitió al arte moderno proliferar, explorar nuevas técnicas y hacer piezas de arte más complejas, conceptuales y menos tradicionales.
Feliza Bursztyn fue la primera artista que se interesó en la escultura en movimiento, el cual en sus piezas, estaba lejos de lo mecánico, más cercano y alusivo al humano. Como la obra Las camas, compuesta por una serie de camas con bultos que sugerían parejas entrelazadas en movimiento, que con ayuda de motores vibraban casi morbosamente.

Las camas, de Feliza Bursztyn
La década de los 70 hizo que el trabajo en conjunto de artistas y críticos diera difusión al arte y fuera accesible al público, consolidándose el fenómeno del arte en el país. Beatriz González hace parte del grupo de artistas expuestos en el MAM y de tutelados por la crítica argentina Marta Traba. Su obra representa la idiosincrasia local con agudeza, técnicamente maneja su pintura “pop” como un artesano, llevando sus representaciones de la sociedad a una apariencia “kitsch” de manera natural, orgánica y verídica.

Beatriz González
En los años 90 la escultura surge como un medio fresco reapropiado por las/os artistas. Destaca Doris Salcedo, cuyo enfoque conceptual y materialización de las obras se hace a través de la metáfora, como evocación de determinado suceso, directamente relacionado con la violencia, el dolor, la memoria, el silencio o ausencia de reconocimiento de los hechos, convirtiéndose en una denuncia de carácter político. Esto puesto en contexto en un espacio que involucra al espectador como el sujeto que lo valida porque lo trastoca, lo invade como sujeto social, lo humaniza.

Palimpsesto, de Doris Salcedo
La presencia de la mujer en el arte colombiano se manifiesta de acuerdo al momento histórico ya sea yendo con o en contra y va ligado directamente con su persistencia en la producción artística.